Mezclar la procesión y la profesión era un más que tentador juego de palabras estando en Semana Santa.
Y aunque me gusta escaparme por los caminos del humor en cuanto puedo, quizás el tema de hoy no invite tanto a ello. Hubo un tiempo en que era optativo llevarte a casa lo que ocurría en la oficina. Ahora que la oficina se ha introducido en las casas y su entropía va alcanzando rincones y personas que las habitan, uno cada vez es más consciente que es difícil volver a ese estado inicial donde vida privada y trabajo podían ser dos entes completamente separados.
Supongo que este post solo te enganchará si tienes, como yo, ese punto introvertido que te permitía dejar las preocupaciones laborales en la oficina. Era mi manera de desconectar, al llegar a casa trataba de hablar solo lo indispensable de mi trabajo. Escribo en pasado porque, en el nuevo escenario pandémico, esta manera de gestionar los dos mundos se ha convertido en una quimera.
Si no dispones, y la mayoría no lo hacemos, de un espacio completamente aislado para desempeñar tu trabajo desde casa, habrá veces que te sientas como el protagonista de un Gran hermano laboral con tu familia en el rol de espectadores abonados. Puede que incluso ellos capten esa expresión de alegría o de decepción que para ti había pasado desapercibida en el fragor de la batalla en Teams, y la sometan a debate durante la cena.
De repente tu trabajo, ese coto privado del que sólo enseñabas alguna foto de vez en cuando, se puede convertir en el centro de una conversación que nos has iniciado tú. Y un día encuentras que tu hijo, que tiene un vocabulario en inglés de menos de 100 palabras, puede introducir en su discurso los conceptos de upskilling y reskilling.
Tiene su punto divertido, no lo puedo negar, pero a largo plazo esta inmersión familiar en tus temas laborales se puede convertir en una carga pesada de arrastrar. No es lo mismo trabajar desde casa, que meter el trabajo dentro de tu casa.
Antiguamente, cuando trabajaba desde casa, solía hacerlo precisamente para tareas que demandaban silencio y concentración: preparar una presentación, pensar en un nuevo proyecto… Mi casa era ese lugar donde podía centrarme y encontrar recogimiento con mis ideas, porque yo elegía el cuándo y cómo. Y si algo me preocupaba, la procesión iba por dentro.
Ahora la procesión va por fuera todo el rato, y aunque durante las horas de trabajo sueles estar tan centrado en las tareas que apenas se nota la diferencia a cuando trabajabas desde la oficina, es en el momento de la desconexión cuando todo cobra otro color.
Físicamente y, en ocasiones, emocionalmente tu familia está ahora más implicada en tu trabajo que antes de la pandemia.
En este nuevo escenario que no tiene vuelta atrás hay una serie de reglas no escritas que debemos empezar a redactar. Reglas que se transformen en hábitos, horarios, o temas de conversación mínimamente predefinidos, que te eviten caer en la tentación del continuismo cuando desconectes, porque esa tentación ahora vive literalmente al lado, a veces tu vida privada y tu trabajo conviven en un mismo espacio apenas separados por centímetros.
Si a esto le sumamos que la situación pandémica aún no se ha normalizado, y seguimos con ciertas restricciones de movilidad y de ocio, no es difícil caer en la claustrofobia, física y mental.
Nuestro trabajo está más expuesto y nuestra vida social más comprimida, y en medio de ese sándwich trascurren nuestras jornadas con un regusto a día de la marmota que a veces amarga.
Este nuevo escenario demanda, como decía anteriormente, ciertas reglas y, sobre todo, disciplina personal para seguirlas. No se trata de convertirnos de la noche a la mañana en suizos, pero quizá si programar un poco más nuestro tiempo libre para asegurar la desconexión. No se trata de ser estrictos con el reloj, pero sí de fijarnos ciertos límites que no queramos traspasar y respetarlos. Si dejamos todo al azar, la inercia nos devora. Y en este escenario de omnipresencia laboral y de excesiva exposición, la inercia no sería precisamente positiva.
Se trata, al final esa es la clave casi siempre, de tomar las riendas dentro del contexto loco que estamos viviendo, para reconducir nuestras vidas hacia escenarios en los que nos sintamos más cómodos.
La procesión va por fuera y puede ser inevitable, sí. Convertirnos en penitentes que arrastran sus cadenas haciendo ruido es, sin embargo, optativo.
Nazarene by Ángel Santos Freyta from the Noun Project
http://enbuenacompania.com/la-procesion-va-por-fuera/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=la-procesion-va-por-fuera