Como pensamos, sentimos. Y como sentimos, actuamos.
El miedo es una de las emociones más arcaicas de nuestra especie.
Dice el refrán “el miedo no es zonzo”. Esto significa que el miedo es útil. El miedo nos alerta y permite que podamos defendernos de una amenaza, un peligro. Pensemos que cuando una persona siente miedo, escuchamos expresiones como “me muero de miedo” “estoy temblando de miedo”. El miedo se siente en el cuerpo. El cuerpo se prepara, se activa el sistema de alarma.
El problema es que el cuerpo se activa de la misma manera si el peligro es real o imaginario.
¿Qué nos sucede cuando sentimos miedo?
Se producen cambios fisiológicos, como sudoración, taquicardia, palpitaciones.
En el ataque de pánico o crisis de angustia, el peligro no es real (en cuanto a realidad material). Las sensaciones físicas se interpretan como “voy a morir” “tengo una enfermedad terminal” a esto de le llama pensamiento catastrófico.
Entonces es posible que huyamos de la situación o la evitemos. Pero cuando huimos de la situación o la evitamos, tarde o temprano retorna. Sin embargo, si podemos soportar y enfrentar cierto malestar, la ansiedad que produce la crisis, cesa, pasado unos momentos.
Tenemos entonces que enfrentar nuestros temores, para liberarnos de los miedos.
Vivir en contexto de cambio.
La pandemia no es una CAUSA, visibiliza cuestiones que ya veníamos atravesando y materializa una situación de incertidumbre y vulnerabilidad que rompe las fronteras, las imaginarias y las reales: Económicas, sociales, culturales. ¿Pero cómo atravesamos tantos cambios? A veces para CAMBIAR, es necesario, primero aceptar que algo nos pasa, poder leer las señales de nuestro cuerpo. El desafío es poder soportar cierta incomodidad, ansiedad necesaria, para no quedarnos atrapados en nuestros miedos.
Acción. Tiempo y Espacio: variables estabilizadoras.
En la primera etapa de la cuarentena, proliferaron las acciones, acomodar la casa, probar nuevas recetas. Ocupar el tiempo y el espacio para algunas cuestiones pendientes que la vida cotidiana, postergaba.
La incertidumbre, la ansiedad, la angustia no tenían lugar, porque había un fin que ocupó por completo nuestro espacio/tiempo. Pero los almanaques empezaron a quedar flacos, entonces, el tiempo y su certeza se fueron desvaneciendo, y la cotidianeidad fue perdiendo el “sentido”.
Cuando no tenemos un ¿para qué? la incertidumbre suele dar lugar a sentimientos de ansiedad o angustia.
Estado de “Aislamiento”
Podemos usar la imagen de la cárcel que muchas veces vimos en las películas, cuando un preso trasgrede los límites impuestos, es enviado a “aislamiento” y cuando sale, presenta agotamiento, cansancio, desorientación, cierta pérdida de realidad. Es posible que los mismo nos suceda ante la situación extendida de “aislamiento social” que estamos atravesando.
¿Qué hacemos con el miedo?
Para contrarrestar los efectos del cambio tan abrupto de nuestra cotidianidad, que son reales. Es una buena idea implementar rutinas, que nos van a ayudar a manejar la incertidumbre.
La convivencia y el aislamiento nos pone ante la necesidad de regular las emociones, por eso “la palabra” cobra importancia, es una buena oportunidad para reivindicarla, poner en palabras sentimientos positivos como “Te Quiero” puede ayudarnos. Generar un espacio para sentirnos seguros, estables, tranquilos, cuidados, “queridos”.
Podemos pensar este momento como una cabalgata, nosotros somos el jinete, nuestros pensamientos, subidos al caballo que son las emociones. Podemos controlarlas, estar atentos y conscientes.
Ser críticos pero criteriosos. Informarnos está bien pero a veces los seres humanos incurrimos en la morbosa tentación de fijar nuestra mirada en el horror. Vivir permanentemente preocupado por algo que pasará. Salud, carrera, familia, economía, profesión, etc., etc. Tener la sensación constante de que algo malo, alguna tragedia, sucederá. Si pensamos que “algo malo sucederá”, vamos a sentir miedo. En cambio, si pensamos que la situación demanda que nos resguardemos, para cuidarnos y cuidar del otro, podemos generar “espacio” psíquico y emocional para cambiar de perspectiva.
No todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón.
Todos sentimos dolor, pero el dolor sin sentido duele más.Es necesario hacer algo con ese dolor y poder diferenciar que el dolor y el sufrimiento no son lo mismo, el sufrimiento es subjetivo y por lo tanto opcional. El reto, es no sufrir de más.
Me gusta pensar en la metáfora del túnel que tiene principio y final, pero en el medio tenemos que atravesar cierta oscuridad. Cuando estamos atravesando el túnel es una oportunidad para diferenciar lo ideal, de lo posible teniendo en el horizonte la luz del final del túnel que se acerca a nosotros.
El desafío quizás sea construir nuevos sentidos. Disfrutar algo del presente, porque el exceso de pasado, deprime, el exceso de futuro produce ansiedad y miedo.
Poder iniciar un nuevo desarrollo después de una herida, es haber podido transformar el dolor en aprendizaje. A esto se le llama resiliencia.
Si así fuese, habremos salido del túnel fortalecidos y todo esto tendrá un sentido.