- By Andrés Ortega Martínez
- 11/04/2021
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La virtualización exponencial de las relaciones profesionales de aquellas personas que operan en la economía del conocimiento debería alterar exponencialmente también la percepción que se tiene sobre el concepto “generar valor”. Un concepto, que dicho sea de paso que nunca estuvo del todo claro.
Pero nos encontramos en una encrucijada en la que conviene repensar y hacernos preguntas acerca de algunos de los paradigmas o creencias acerca de la generación de valor que ya estaban en entredicho cuando estalló la pandemia a principios de 2020
Aportar valor es poner foco en las tareas – sean estas de la naturaleza que sea – que cada profesional ha de llevar a cabo para generar uno o varios impactos positivos que generen un beneficio neto a la organización en su conjunto.
Aportar valor es alejarse del postureo organizativo. Es no caer en la tentación de hacer algo para que se vea que se hace ese algo. Es ser coherente hasta las últimas consecuencias con aquello que realmente hay que hacer, y hacerlo.
Cuando un profesional es coherente se multiplican las posibilidades de que sus acciones se traduzcan en valor puro. Y la coherencia está íntimamente ligada al propósito de cada profesional. Por eso, una manera lógica de incrementar la generación de valor colectiva consiste en que cada miembro de la empresa tenga claro como su propósito contribuye al de la organización.
Estar ocupado no es sinónimo necesariamente de aportar valor. Tener la agenda alicatada de principio a fin no es síntoma de eficiencia. Al contrario. En la economía del conocimiento nadie debería tener “alicatada” la agenda porque es un gran síntoma de ineficiencia e incluso de falta de foco.
Cualquier profesional en la economía del conocimiento y especialmente los líderes deberían tener espacios reservados en sus agendas para pensar y reflexionar. Lo contrario debería estar penalizado.
Hemos confundido estar reunidos con trabajar bien. Cuando trabajar bien es identificar en que tengo que poner el foco para generar más impacto. Separando el grano de la paja, lo accesorio de lo esencial. el bienquedismo de lo necesario, el postureo corporativo del incómodo ejercicio del sentido común.
Cuanto más se consolide la idea de trabajar bien, más cuestionaremos el sentido de tener que estar saltando de reunión en reunión, acumulando retrasos en lo que realmente hay que hacer o, incluso peor, haciendo otras cosas en lugar de estar presente, que no es lo mismo que estar conectado.
Poner foco, denunciar constructivamente la ausencia de foco de otros – aunque sea políticamente incorrecto – ser capaz de decir no a una reunión estéril en su concepción y dedicar ese espacio a pensar, a cuestionarse, son formas “alternativas” de generar valor. Pero como todo lo alternativo, entraña el riesgo de ser estigmatizado y señalado.
La digitalización por decreto ley nos ha convertido en esclavos de nuestras agendas virtuales, y ha hecho que apenas nos queden espacios de reflexión. Que un espacio libre en la agenda nos pueda hacer sentir culpables por no estar “ocupados”, sin pararnos a pensar en que medida íbamos a hacer lo correcto o lo adecuado durante ese espacio de tiempo.
Aportar valor es tener las conversaciones adecuadas con las personas adecuadas sobre los temas realmente necesarios para traducir esas conversaciones en acciones concretas que generarán más valor.
Aportar valor implica no aceptar como válido un modelo de consumismo de tiempo enfermizo y tener el coraje necesario como para dudar de la eficacia de ese cúmulo de comportamientos.
Los profesionales del SXXI y especialmente los que desarrollan su actividad en la economía del conocimiento no pueden convertirse en fans de una agenda virtual, más bien han de erigirse en defensores del sentido común y de la práctica de la autocrítica, en primer lugar, hacia sí mismos. Repensar sus hábitos individuales para a partir de ahí poder rediseñar los colectivos.
Y aquellos profesionales con foco en personas deberán de convertirse en abogados del diablo que inviten a dudar sobre prácticas corporativas estériles, ayudando a formular las preguntas que provocan incomodidad, porque en la ausencia de confort se encuentra la posibilidad de cambio.
El cambio de paso que ha supuesto para todos la pandemia y la irremediable consolidación de un mundo híbrido que combinará como nunca la presencia física y la digital es al mismo tiempo el momento idóneo en lugar de la excusa idónea para identificar las prácticas, hábitos y comportamientos que nos permitirán contribuir a que nuestras organizaciones alcancen sus resultados.
Las organizaciones del presente serán relevantes y tendrán impacto en el futuro, no por contar con personas que han automatizado conductas predeterminadas en base al golpe de estado virtual, sino por contar con profesionales que identifican su propósito, que se hacen preguntas incómodas, que revisan el sentido de su presencia física o virtual, la naturaleza de sus conversaciones y, que, en definitiva, deciden tener el valor de aportar valor.
http://andres-ortega.com/el-valor-de-aportar-valor/